Tanto en la educación remota como en la presencial, las neurociencias pueden optimizar la forma en la que un docente entrega conocimiento a sus alumnos.
Las neurociencias aplicadas a la educación han empezado a transformar la forma de enseñanza y aprendizaje. El aporte y el principio más difundido de la llamada neuroeducación es que el cerebro valora la emoción en el aprendizaje. Esta subdisciplina que estudia las diversas maneras en las que aprende el cerebro se opone a gran parte de las metodologías tradicionales, lo que poco a poco está suponiendo una verdadera revolución.
“El uso del término neurociencia en el glosario de los docentes tiene muy poco tiempo”, explica Freddy Linares, profesor de la Universidad del Pacífico. “Muchos de los profesionales que se dedican a compartir conocimiento recientemente han empezado a identificar la importancia de entender los procesos cognitivos”.
¿Cómo mejorar el desempeño de la clase? ¿Cómo mantener la atención de los estudiantes? ¿Cómo reducir el agotamiento? Estas y otras preguntas pueden encontrar respuesta en la neuroeducación. Mientras mejor conocemos el cerebro y cómo reacciona frente a diversos estímulos, nos es más fácil entender, por ejemplo, cuánto tiempo podemos dedicar a una forma de enseñanza en específico antes de perder por completo la atención de nuestra audiencia. Además , podemos descubrir qué es lo que más motiva a nuestros estudiantes y por qué la enseñanza remota es aún más agotadora que la presencial.
Educación remota
¿Cómo puede aportar la neuroeducación en el aprendizaje remoto? Para empezar, es crucial reconocer las limitaciones de la virtualidad. “Los alumnos estaban acostumbrados a una configuración de clase”, comenta Linares. “Había un mundo verbal y no verbal entre el profesor y el alumno; había un entorno físico que nos permitía también interactuar y aprender de nuestros compañeros. Eso se ha perdido”.
“Tampoco se trata de convertirnos en unos zoombies”, agrega el profesor y explica las limitaciones de las aplicaciones para videoconferencias. “En primer lugar, la virtualidad complica la distinción del ambiente privado, de casa, con el ambiente público, académico, social. Segundo: los alumnos tienen menos puntos de información del docente, en muchas clases se comparte la presentación y audio, pero la comunicación no verbal, el desplazamiento, la interacción entre estudiantes es casi nula. Esto los vuelve más proclives a perder la atención”.
Por el lado del profesor, también se requiere un esfuerzo adicional. “En muchos casos las cámaras están apagadas y el docente tiene que hacer un esfuerzo para imaginar que existe un auditorio detrás de sus computadoras. En el momento que deja de creer en eso, se pierde la ilación”.
A todo esto, se suma otra perspectiva de la neurociencia: diversos especialistas coinciden en que el entorno online genera una carga cognitiva más alta y más agotadora, considerando además la sensación de agotamiento en el globo ocular debido al brillo de las pantallas.
Si uno de los principales postulados de la neuroeducación es que nadie aprende algo que no le emociona, ¿qué podemos hacer frente a esta evidente crisis, en la que cada vez es más difícil emocionar a nuestros alumnos?
En ese sentido, entender las limitaciones que tiene la educación remota sobre el aprendizaje puede permitirnos mejorar, en favor de los alumnos, las dinámicas, las herramientas y las técnicas que utilizamos en clases, para recuperar en algo la emoción y la recepción de información.
Asimismo, “hay diversas aplicaciones o plugins que permiten hacer más llevadero el dictado en línea”, comenta Linares.
Educación presencial
En una clase presencial, a diferencia de la virtual, las pistas para acercarnos a los alumnos son mucho más. Los rostros de los participantes nos dan mucha información sobre sus intereses el tema, a veces podemos identificar si están de acuerdo o no con una opinión. La codificación facial lo hace de forma automática, el ser humano de forma natural. “En una clase presencial es más sencillo identificar si los estudiantes te están siguiendo, si se mantienen atentos e interesados, un gesto dice mucho”, comenta Linares. Esto permite al maestro calibrar su clase y adaptarla sobre la marcha.
¿Todos los docentes podemos ser neuroeducadores? “En los últimos 10 años es donde hemos visto más generación de contenidos relacionados a neurociencias aplicadas a la educación. Se requiere que ambos mundos vayan juntándose, en marketing y economía hubo y hay actualmente un proceso parecido de generación progresiva de evidencia”, afirma Linares. “Los contenidos de neurociencias se pueden encontrar en cursos abiertos y en publicaciones de autores de reconocida experiencia. Lo que debe hacer el docente es acceder a estos contenidos y encontrar oportunidades de mejora en su sílabo con el fin de mejorar la dinámica en clase”.
“Se trata de conocer cómo el cerebro aprende y qué valora.”, concluye Linares.